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Article d’opinió de Jacobo Maleriro

He escuchado a los periodistas que dan las noticias por todas las televisiones para acabar comprobando que usaban el mismo tono, daban el mismo mensaje y eran igual de aburridos. La información del momento se limita a cantar la lista de muertos del día, el ranking de los países más tocados y las peleas de aquellos que se supone que nos representan, pero solo cobran por hacer nada.

Ante el panorama que les cuento, he apagado el televisor para centrarme en el momento y, asustándome, me he dado cuenta que con la pandemia hay demasiadas cosas que han llegado para quedarse.

El de fantasma social es otro de los oficios que se quedan con el Covid.

El teletrabajo es el nuevo pezón administrativo que amamanta a aquellos funcionarios que antes ya se escaqueaban y ahora pueden seguir haciéndolo, pero ahora en pijama y desde su casa. Ciertos estamentos públicos que antes ya iban a medio gas, ahora están, lamentablemente, paralizados. A ciertas administraciones ya les parece bien mantener a parte de la plantilla encerrada en sus hogares. Sobre todo, al personal que tiene que pagar a proveedores. A estos se les liquida aun más tarde que antes y, mientras, los intereses que generan esos dineros en el banco se van sumando a las arcas municipales o autonómicas.

También han llegado para quedarse ciertos personajes sociales que deberíamos proponer que pasen a ser una categoría laboral más. Con la pandemia han nacido los controladores aéreos de balcón cuya función es vigilar que sus vecinos cumplan con las normas impuestas y denunciarlos, con insultos y agresiones incluidos, en caso que se salten alguna.

Después está la vieja de la bata. Esta aparece en cualquier barrio, en cualquier calle, y se la encuentra siempre delante de un contenedor. Cuando la para la policía local les explica que ha ido a tirar la basura. No cuenta, pero, que vive a diez minutos de donde la han pillado. Y ya se sabe, la autoridad local jamás multaría a una anciana con batín de boatiné y manoletinas de esparto de tres euros.

Sumamos a la nómina de nuevas profesiones los “anduve pa’arriba, anduve pa’abajo”. Ellos desgravan al Estado por sus capacidades diversas, ya paseaban por las calles de los pueblos y ciudades antes del festival pandémico, pero ahora lo siguen haciendo con el permiso de las autoridades que no acaban de atreverse a pararles la caminata. Ellos, los “andue pa’arriba, anduve pa’abajo” serian los auténticos cronistas del momento si algún paciente periodista osase en preguntares qué han visto y como lo han vivido.

Una cuarta profesión es la de los DJ’s de terraza. Nacieron cuando el encierro -no el de último de los sanfermines si no cuando el primero del santo covid- y cada tarde, con la caída del sol primaveral, imponían sus repertorios a todo el barrio. No había elección y como la gente tenía que mantenerse confinada, nadie podía ir a sus casas a partirles la cara o hacerles tragar el cd.

A estas que les he citado, les sumaré una quinta profesión, la de feretropata. Ésta, apreciados lectores y lectoras, es aquella que tuvimos algunos, y éramos muchos, con la sensación constante que podríamos formar parte de la lista de los muertos de los telediarios cualquier día, solo por el hecho de existir, vivir en este planeta y podernos contagiar. Por fortuna, este oficio empieza a estar en desuso y ahora se ha partido en dos categorías laborales nuevas: estar muerto o seguir vivo, sin medias tintas.