Article d’opinió de Jacobo Maleriro
He escuchado al quiosquero diciéndole a un cliente que el Estado, con sus impuestos y el confinamiento que hubo sumado al que llegará muy pronto, lo dejará literalmente “en bolas”. Esa perfecta metáfora de la situación que vive España ahora mismo, me ha llevado a pensar en Fumio Sasaki.
Este editor japonés, de quien hace poco supe quién era, ha dado a conocer al mundo que es necesario apostar por el minimalismo extremo y ha abierto las puertas de su casa. Asegura vivir solo con un colchón enrollable, tres camisas y cuatro pares de calcetines. Este nipón defiende que despreciando posesiones te sientes más feliz.
Imagino que a los objetos que dice tener debemos sumarle un cenicero y la hierba que se fuma para encontrarse a gusto sin nada o, yendo más allá, las drogas sintéticas que consume para ver solo un colchón en su habitación. ¿Su casa no tiene armarios? ¿Qué esconde en ellos? ¿Dónde cuelga las tres camisas? ¿No tiene cajones dónde meter los calcetines? ¿No usa calzoncillos?
El minimalismo extremo que dice practicar Fumio Sasaki se viste con el marketing que ha generado, se alimenta de la publicidad derivada de contar esta gran mentira y, al final, le nutre económicamente porqué sus libros publicados recientemente abordando esta teoría del abandono a la vida del paisaje vacío, se venden como churros, aquellos que no se podrá comer por qué no tiene platos donde ponerlos ni horno para calentarlos.
Todo ello me lleva a pensar en esta necesidad que tiene la actual sociedad de irse regenerando jerárquicamente con la invención de supuestos nuevos conceptos para tener la patente de ellos y convertirse en un ser único, especial, irrepetible, también o quizás falsamente inmortal. Ser vegano para desbancar a los vegetarianos, practicar el poliamor, preconizar ser un anárquico relacional, son solo formas de joder al prójimo -nunca mejor dicho- y de hacer una orgia sin decir que se folla con todo lo que se mueve.
Mi vecina del quinto hace cada día media hora de sexo oral con su marido antes que ambos de marchen de casa para ir a sus trabajos. Esos treinta minutos son de auténtica jodienda oral llenos de insultos, adjetivos despectivos y frases con contenido sexual que ya firmarían algunos de los libertinos citados antes. Visto que todo el calentón lo acaban sin la necesidad de quitarse la ropa, mi vecina y su marido son minimalistas extremos del sexo. Pero ellos no lo saben. Ellos prefieren considerarse únicos e irrepetibles, necesitan saber que esa unicidad les pertenece solo a ellos.
El mundo plural solo es de los influencers o los youtubers. Son las únicas tribus urbanas de especímenes humanos -a quien Darwin no aceptaría en su cadena de evolución humana- creadas para dar la chapa a todas las nuevas generaciones de niños y adolescentes que deberían enfocar sus conocimientos para ser útiles durante sus vidas adultas, pero han elegido el minimalismo neuronal. A diferencia de la habitación vacía del japonés mentiroso, la cabeza deshabitada de los púberes adictos es una verdad enorme. Sasaki engaña, mi vecina necesita sexo y Darwin debería seguir vivo para partirse la caja con todos nosotros.