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Article d’opinió de Judith Mata-Ferrer

Si André Bazin afirmaba que la cámara era como el lápiz del escritor para el director de cine, Godard escribe poesía con una facilidad imperante. Se habla mucho de las películas del gran director dentro de la Nouvelle Vague y su influencia dentro de los movimientos cinematográficos europeos. Todo el mundo lo conoce a él y a sus títulos. Sin embargo, hay películas que se asoman tímidamente entre ellas. Es el caso de “Le petit soldat”, una obra que expresa el movimiento francés en todos sus fotogramas y de la que apenas había escuchado hablar.

Cartel oficial de la película de Godard.

Si hay una frase que pueda resumir el film es: Godard siendo Godard. Todo un caos caótico que encaja a la perfección. Plano, diálogo y música son tres piezas de un inmenso puzzle de 84 minutos en el que todo funciona como un mecanismo de reloj. El director domina el cine, sabe jugar con él y sabe que sabe hacerlo.

Es un juego de policías en el que el espectador se encuentra dentro completamente. Movimientos anárquicos de la cámara le dan un aire documental, planos cerrados, como si se formara parte del clímax de la discusión, pero de repente el espectador se encuentra fuera, con un plano estático, distante, donde se es mero espectador de los acontecimientos. Asimismo, entramos en una historia ya empezada donde queda todo por revelar. Nada más empezar, seguimos a un hombre joven de espaldas y Godard ya nos advierte de que debemos descubrirlo todo por nuestra cuenta, él no va a perder el tiempo explicando cosas.

Imagen del film.

El razonamiento interno del joven es el eje principal que conduce al espectador a lo largo de la historia. Hay un trasfondo ideológico y moralista, casi individualista del protagonista. Después de todo lo que les ha quitado la Segunda Guerra Mundial, deben seguir matando para que funcione el mundo. Esta vez son discretos, pero cargan con la misma maldad que cualquier sanguinario. Así lo muestra el plano metafórico en el que una pistola se alza bajo un cartel nazi. Las ideologías han pasado de moda, pero el modus operandi sigue intacto.

Es una historia intimista, en la que el protagonista nos habla a nosotros directamente desde sus pensamientos. Una historia a la vez derrotista sobre el mundo y la vida moderna, en la que el chico no consigue a la chica y en la que no hay optimismo para el futuro de Francia. Lejos del cine eufórico hollywoodiense y el cine literario francés anterior a la Nouvelle Vague, Godard se planta con una película existencialista.

Probablemente una de las gran olvidadas de Godard, pero que lleva en ella toda la esencia del movimiento francés.