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Article d’opinió de Jacobo Maleriro

He escuchado a dos hombres hablar y uno de ellos le decía al otro que, en breve, presentará su primer libro autoeditado. Veo con desencanto y preocupación cómo avanzan las empresas y los proyectos que permiten publicar un libro a cualquiera sin tener que pasar por ningún tamiz ni tener una mínima calidad. El fenómeno de la autopublicación se hace un hueco en un mundo en el que sólo importa ser el primero en todo, ir rápido porque todo es inmediato y caduca al instante, sin importar si lo que se hace vale la pena o da pena.

La autopublicación de libros es una de las principales derrotas de la cultura si entendemos este concepto como un elemento de enriquecimiento social pero también individual. Hace unos años se decía que en España todos eran entrenadores de fútbol. Ahora, todo el mundo va de escritor o de poeta, de creador o artista, de tantos otros oficios que deberían merecer mucho más respeto.

La autopublicación es un alimento de los egos de los mediocres.

Esta intrusión en un mundo selectivo que debería ser la literatura, en el sentido de permitir que sólo proliferan propuestas aptas para todos los públicos y no manuscritos baratos hechos a golpe de talón, es también parte de la perdición de las identidades. La autopublicación de libros no hace más que alimentar egos de personas a menudo mediocres. A ellos nadie les dirá si sus obras valen mínimamente la pena o los enviará directamente a los infiernos. Saben que son mediocres y que ningún consejo editor ni ningún lector que trabaje por una editorial les daría el visto bueno para salir adelante. Y el resultado es este, un país donde mucha gente se considera cosas que no son porque creen que pagándose la edición de una obra dejarán de ser unos frustrados que además viven rodeados de supuestos amigos que nunca les dirán la verdad que ellos no pueden escuchar.

Autopublicarse un libro es como masturbarse cada mañana, solo en casa, y pensar que se hace el amor de primera y se es un buen amante. Autopublicarse es el declive de la inmadurez de la persona que aún no ha descubierto, ni quiere, que su vida puede tener otros alicientes bien lejanos de los que prueba, sin saber que más vale ser un buen lector solitario que un autor incapaz de satisfacer a nadie.

Mediocres en el poder y el mundo a la deriva.