Article d’opinió de Marianella Yanes Oliveros
Sus labios y su risa; Juliette y su boca seductora, desleal. La música en medio del frío destilado por el hielo, Praga. El hastío, Daniel Day Lewis, con su doloroso sentimiento de vacío que no nos remite sino a la mirada perdida de quien se deja llevar por su hedonismo, para no sucumbir en los brazos de la muerte, mejor en los del sexo. Lena Olín, con su pincel delineando una realidad futura que solo a ella inspira.
Transversalmente, las fronteras. La imposición de los estados vigilantes. Los panópticos de un poder central que no deja escapatoria, tal como los definiera Foucault. El eterno retorno, pero en una espiral que desciende hasta el Hades. Qué no va a la tierra prometida, solo a un infierno perturbador. Allí todo confunde y agobia. Se va y se viene, se viene y se va, sin descanso.

Fragment de la pel·lícula “La insoportable levedad del ser”.
Y la soledad rondando por los cuerpos de estos personajes que danzan dirigidos por Phillip Kaufman, para darle forma a la novela de Kundera, en una adaptación maravillosa, ganadora del Oscar. (Estados Unidos, 1988). En general, las adaptaciones nos dejan desgano. Pero, en este caso, la penetrante visión del director permite apasionarnos con el mundo de Kundera, sin dejar desperdicios.
La película es sensible y transmite todo el deseo por encontrar, al fin, el camino hacia la libertad. Una libertad cuestionable, porque como en los mejores tratados nihilistas, ella no existe, se acaba con demasiada rapidez y como una pompa de jabón explotando ante los ojos de los espectadores, abandona convirtiendo a todos en víctimas. Sufridas. Desoladas. Abandonadas y traicionadas.
Es insoportable flotar en la nada. Aunque ese nada se manifieste en la perturbación del deseo constante de excitación. Aunque esa nada sea el dormir, despertar, dormir, entre nubes de humo y ruido, aturdimiento febril.
Ha muerto Kundera, pero su obra está allí, esperándonos. Criticando la inmensidad del poder de los pocos, para solo dejarnos un resto que nos detiene en medio de un mundo desolado.