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Artículo de opinión de Mike González

Vestía la sencilla camisa campesina de todos los días; la boina negra que siempre llevaba controlaba su melena blanca. Más que ropa era una declaración de principios, expresión de la sencillez y la modestia que le caracterizaba. En la sala donde lo vi por primera vez, le esperaba un público diverso – mujeres que amamantaban a sus niños, policías uniformados, vendedores del mercado de la plaza, escolares recién salidos de la secundaria del barrio. Todos hicieron silencio cuando empezó su lectura de poesía. Su voz clara y dramática casi cantaba una poesía rítmica y democrática, una poesía accesible para todos sus oyentes porque hablaban de sus experiencias, su historia, y sus tradiciones con su lenguaje.

Ernesto Cardenal, en Nicaragua. Año 2008.

Ernesto Cardenal, nacido en 1925 en una familia acomodada de la ciudad nicaragüense de Granada, hablaba desde la teología de la liberación. Su poesía era canto y denuncia, expresión de una religión alejada de la iglesia latinoamericana históricamente comprometida con los poderosos, que llamaba al pueblo a la resignación en nombre de Dios. La religión de Cardenal, en cambio, representaba “la opción de los pobres”, la solidaridad y la resistencia a la opresión. Era esa la causa que servía su palabra.

Imagen de la familia Somoza.

La Nicaragua en que nació era el feudo de una dictadura dinástica ejemplar en su brutalidad y su injusticia. Tres generaciones de la familia Somoza dominaron el pequeño país con violencia en representación del imperio norteamericano. El primer libro de Cardenal, Epigramas, empleaba el instrumento de la ironía para desenmascarar al tirano. “Somoza desvela la estatua de Somoza en el Estadio Somoza” se titula una de ellas. En 1954 participó en un complot para asesinar al primer Somoza que fracasó. Evadió la captura y sobrevivió, a diferencia de su amigo Adolfo Baez Bone, nombrado y recordado en su poema emblemática de 1960, “Hora Cero”.

Noches Tropicales de Centroamérica, con lagunas y volcanes bajo la luna y luces de palacios presidenciales, cuarteles y tristes toques de queda…

El poema recorre la historia de Centroamérica, una región dominada por las compañías bananeras que

“corrompen el Congreso

y corrompen la prosa…”

Pero al final el poema también es una profecía de la realización del sueño de Augusto César Sandino, líder de la lucha anti-imperialista lanzada en 1927 Y asesinado por el primer Somoza.

“Pero cuando muere un héroe

no se muere

sino que ese héroe renace

en una Nación”

El tema de la resurrección para Cardenal era también político. En una de las meditaciones recogidas en Vida en el amor, escrita cuando estaba internado en el convento trapense de Gethsemane en Estados Unidos, aclara que para él el reino de Dios era el comunismo.

Cardenal, en su época de sacerdote y como miembro del Frente Sandinista.

Sus Salmos, de 1965, reescriben los salmos de la Biblia para un mundo donde impera la injusticia y la violencia. Los salmos originales eran los cantos colectivos de una comunidad perseguida, al igual que la Nicaragua oprimida de los Somoza, la anti-nación.  El Dios que invoca no es amigo de los dictadores sino defensor de los pobres. No habita catedrales ni viste sotanas de lujo; su iglesia es la comunidad de los pobres, según la teología de la liberación. Cardenal fundó su comunidad, Gethsemane, en la isla de Solentiname en el Lago Nicaragua, y desde allí seguía sus denuncias de la dictadura y visualizaba aquel reino de igualdad. De allí la reacción del Papa que al llegar a Managua regañó públicamente al poeta-cura, una imagen que dio la vuelta al mundo.

Y en 1977 se afilió al Frente Sandinista de Liberación Nacional.

Para Cardenal no había contradicción entre el proyecto espiritual y la revolución; tanto uno como el otro serían protagonizados por el hombre-pueblo y la mujer-pueblo. Para él la búsqueda de la libertad era la vocación de la comunidad humana, la violencia, la tortura, y la explotación su negación.

Ya en vísperas del derrocamiento de Anastasio Somoza, el 19 de julio de 1979, Cardenal era portavoz del sandinismo. Su comunidad de Solentiname, bombardeada por Somoza, estaba destruida. Pero la resistencia seguía, y fue un levantamiento popular, en el barrio pobre de Monimbó, en la ciudad de Masaya, que anunció la caída de la dictadura. El sandinismo empleaba el lenguaje visionario de la teología de la liberación; hablaba del amor y la solidaridad. Ernesto Cardenal fue nombrado Ministro de Cultura, cuyo papel, desde su punto de vista, consistía en rescatar, o redescubrir la cultura popular; los talleres de pintura de y de poesía que estableció el Ministerio a través del país dieron la oportunidad al pueblo de escribir y pintar con su propio lenguaje y desde su experiencia colectiva.  Sería el principio de una cultura auténticamente democrática, sin profesionales y enraizada en la memoria colectiva. Su expresión eran las pinturas naifs y las interpretaciones directas y sencillas de la Biblia que aparecieron en su libro El evangelio de Solentiname.

Ernesto Cardenal leyendo su poesía en la Chascona (Chile) en el año 2009.

A diferencia de sus contemporáneos, su poesía no era vanguardista, experimental; sus influencias literarias eran dos. Por un lado, Walt Whitman representaba la celebración de la palabra hablada, democrática, con su carga de historia y su visión de la potencialidad del ser humano. Por otro lado, y como contraste, la poesía de Ezra Pound, un revolucionario de la palabra, que insistía en que toda le expresión humana, las palabras en su inmensa variedad, cabían en la poesía. La inmensa obra de Cardenal era un canto, una declamación, y una profecía – además de una feroz crítica a los traidores, los tiranos y los que mentían al pueblo. En su Homenaje a los indios americanos descubrió la capacidad del ser humano en todas las comunidades para crear futuros y mantener el sueño de la libertad.

Pese a su inmensa popularidad, en 1986 lo bajaron del Ministerio de Cultura los nuevos dueños del sandinismo, y sobre todo Daniel Ortega que se apropió el nombre y el significado de Sandino para construir un instrumento de poder personal, traicionando en opinión de Cardenal, y de muchos más, la promesa democrática e igualitaria del sandinismo. No se guardó sus opiniones. Con esa maravillosa voz de poeta público denunciaba la traición del sueño colectivo y fue uno de los fundadores del Movimiento de Renovación Sandinista.

Año 2012. El entonces alcalde de Tarragona, Josep Fèlix Ballesteros, le entrega la insignia y Diploma de visitante ilustre a Ernesto Cardenal.

Mientras tanto, y desde un sencillo cuarto en Solentiname, Cardenal se lanzó a un viaje al espacio-tiempo en su Cántico cósmico, para entender la ciencia y las teorías del universo, ampliando los horizontes de su visión hasta el infinito – pero sin dejar de pelear por la revolución soñada.

Ortega lo persiguió, lo amenazó, embargó su cuenta de banco, hasta le privó de su casa. Pero la voz no se callaba. Cuando murió, en 2020, tenía 94 años. Pero aun muerto, su voz resonaba y amenazaba a los nuevos tiranos, a los usurpadores del pueblo que él denunció, tal y como había denunciado a los Somoza. Y ni los matones ni la policía que mandaron a reprimir a los que asistían a su sepelio, le pudieron quitar la palabra.